Periodismo de investigación encubierto

Un invento femenino

No, no fueron los hombres los primeros en practicar el periodismo encubierto, el cual en mi opinión representa el mejor género periodístico, porque el periodista puede vivir en carne propia los hechos, tampoco fueron los que dieron la vuelta al mundo en menos tiempo, lo siento por mi amado Julio Verne, la primera mujer en realizar ambas osadías fue la estadounidense Nellie Bly, nacida en Pennsylvania como Elizabeth Jane Cochran, perdió a su padre a los 6 años (comparto esta similitud) y desarrolló un instinto de supervivencia y de amor a la justicia que la llevaron a crear un método distinto para contar la verdad.

Considero que en la actualidad todavía no tiene el reconocimiento que se merece, a pesar de que se han producido un par de películas y sus libros han sido más difundidos; en cambio, Joseph Pulitzer, quien la contrató para escribir en su periódico, es conocido mundialmente. Es la eterna historia femenina… No me desagrada Pulitzer, pero prefiero a Nellie Bly como referente, porque a ella más que vender noticias le importaba la gente. Y no, no siempre supe esto, cuando estudié periodismo sólo me hablaron de Pulitzer, y aunque como autodidacta he leído cientos de libros, apenas hallé su historia hace un par de años. Cuando entré en una morgue con la intención de recabar información, no sabía que hacía siglos una mujer se convertía en pionera de ese género investigativo en un manicomio.

El sexismo profundamente acentuado en el siglo XIX, en el que el rol de las mujeres en la prensa era casi inexistente, la motivó a escribir su primera carta al editor usando el pseudónimo «Solitaria Huérfana», y en lo sucesivo a hacer periodismo de denuncia. En 1887 las mujeres consideradas «locas», a veces sólo por representar una molestia o carga para sus esposos o familias, eran recluidas en inhumanas cárceles llamadas manicomios donde sufrían toda clase de vejámenes y muchas perdían la vida. Se sospechaba sobre los maltratos, razón por la que Nellie se infiltró de la forma más extrema: aplicó el método de la simulación, fingió demencia en una pensión de mujeres, y rápidamente fue internada.

 

Nellie narró todo lo que ocurrió en ese lugar durante 10 días, tiempo en el que vivió una verdadera pesadilla, al punto de que debieron rescatarla porque una vez dentro era improbable salir y los procedimientos para tratar la supuesta enfermedad, paradójicamente incrementaban o producían cualquier mal. Los escritos de Nellie publicados en el  periódico New York World fueron compilados por ella en un libro que todo periodista de investigación debería leer: 10 días en un manicomio. Tras la divulgación, Nellie logró su objetivo, el manicomio fue investigado y se asignaron recursos para los enfermos mentales, una muestra de la importancia de su invención.  

Posteriormente se llevaron a cabo grandes hazañas en el periodismo investigativo y de inmersión, como la del británico Gareth Jones, quien pagó con su vida el haberse internado en la Unión Soviética para conocer de cerca lo que pasaba, y se encontró con el Holodomor, la hambruna generada por Stalin en Ucrania. Su reportaje le costó muy caro, pero le abrió los ojos al mundo.  

Lo más hermoso de este tipo de periodismo es la entrega con la que el periodista, aun a sabiendas de que está luchando contra un mal que puede acabar con su integridad, va hasta al fondo por la verdad. Cuando mi periodista favorita, Oriana Fallaci, fue baleada en México mientras acompañaba a unos jóvenes protestantes (como si fuera una de ellos) y yacía en el piso, pensó en el final y vio a la muerte,»con su fea cara«, como diría un líder que admiro, pero cuando narró este hecho en su famoso libro Nada y así sea, nunca describió haber sentido arrepentimiento por estar ahí, sólo una profunda pena por la naturaleza humana, y la razón es muy simple: ella tenía que estar. La vocación al igual que el destino no se cuestionan. 

Este es un extracto de su relato: «¿Qué significan tres cicatrices? Muy poco, estoy de acuerdo, poquísimo, y asiento si se añade que forman parte de mi oficio: cuando vas adonde hay tiros, lo menos que puede sucederte es que antes o después te disparen. Pero mira, si no tuviera estas cicatrices me sentiría infinitamente más pobre. Porque seguiría preguntándome para qué sirve nacer y para qué sirve morir, y la muerte de todos los hombres a quienes he visto morir por manos de los hombres me parecerá infantil, y permanecería como una lagartija al sol, indiferente, inmóvil, atenta sólo a bostezar en mi letargia». 

Hoy, 8 de marzo, estemos orgullosas, pues, del invento de Nellie Bly y de quienes siguen imitando su valiente ejemplo. 

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