10 de Mayo de 2021, mientras me hacían un ultrasonido control en la semana 25 de mi embarazo, entrando al tercer trimestre, escuché las palabras más duras para una madre: “something happened with the baby heart”. Además, caer en shock en ese instante, recordé que, 5 días antes el obstetra me hablaba de una cesárea.
Ingresé al hospital, seguí el protocolo médico: después de 4 días, di a luz a mi hijo y me despedí, para que su cuerpo fuese estudiado. Los médicos no estuvieron al salir de alta. No hubo doula ni psicólogo; las enfermeras hicieron lo mejor que pudieron. Hubo un silencio, no me orientaron.
Salí con mi cuerpo de embarazada junto a mi esposo, escuchando las celebraciones de las otras familias en las otras habitaciones. Recorrer el pasillo del hospital se me hizo eterno y doloroso, mientras escuchaba como el personal, sí estaba presente para esas otras familias.
Mi hijo había muerto, pero yo no (aunque así me sentía). Solo sabía que lo fisiológico, las hormonas y lo psicológico no iba a parar. Mi cuerpo había reconocido la señal. Es una dimensión desconocida, tu cuerpo sigue embarazado, tu leche baja pero no hay bebé que atender, ni alimentar. Enterré a mi hijo y por otro lado la lactancia, libros, clases, charlas y demás.
Soporté días y noches de dolor físico y emocional. Mis pechos y yo llorábamos al bebé que nunca llegó a casa. Sentía los senos calientes, no soportaba el dolor, no sabía si extraerme la leche, vendarme o no tocarme. Me coloqué compresas frías, apreté mi sostén como me dijeron algunas otras mamás que habían pasado por lo mismo.
Mi esposo no sabía qué hacer, ni cómo consolarme, hizo lo mejor que pudo.
Yo también hice todo lo que pude. Pertenecí al programa de lactancia del Latin American Center y en Delaware WIC Program; había asistido a clases y leído las guías.
Al morir mi hijo, recibí una llamada de una de las orientadoras del programa: “Mami estaba llamando a las usuarias y vi tu nombre, me acordé de ti. Ya te elimino de la lista”. Las orientadoras del programa de lactancia simplemente me eliminaron, me anularon. Sin bebé, no tenían -o no se veían- obligadas a orientar una lactancia en duelo. Los médicos no contestaron mi llamada.
Es por ello que ante la pregunta de ¿cómo viví la lactancia? Hoy te digo, fue un luto. El luto por el entierro de mi hijo lo viví acompañada, pero el luto de la lactancia fue sola e incomprendida.
El sistema me enseñó duramente que sin bebé no hay lactancia. Sin bebé no hay nada que hacer. La mamá existe siempre y cuando tengas un bebé vivo, del resto pasas a ser una estadística más, 1 entre 4 mujeres con muerte gestacional. La estadística de los muertos, tu hijo y tú.
Al tiempo me enteré que pude haber sacado mi leche y haberla donado a recién nacidos en riesgo, congelando la misma y hecho recuerdos, pero nadie me ayudó, nadie me explicó, no se interesaron.
Las madres en duelo existimos, nuestros cuerpos son igual que las embarazadas en su postparto, nuestra salud mental y emocional también. Somos una población de alto riesgo.
Mientras tienes la mirada puesta en el recién nacido vivo y su mamá, que no deja de ser importante y no lo estoy comparando, olvidas a las que no llegamos a casa con el bebé.
Hoy cuento mi vivencia, alzo la voz por mí y por muchas mujeres.
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Por: Erika Guedez, Psicóloga y Psicoanalista.
Migrante Venezolana residiendo en EEUU. Mamá de Ethan, mi bebé nacido en el cielo.
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IG: @erikaguedezpsicoanalista