Nacer culpable. A veces, ser mujer se siente así. Las limitaciones al pensamiento, la belleza que “provoca”, la fealdad que “ofende”. Estar en el medio, eso debemos; caminar a puntapiés, y sin hacer ruidos, sobre la delgada línea de la sobrevivencia.
La historia está tan aprehendida que si desafiamos su dramaturgia machista, recibimos castigo. Pero no hablamos de una leyenda, sino de un entorno real de peligro solapado. Según los reportes del Departamento Policial de Filadelfia, solo hasta octubre de 2024, se han presentado 9860 denuncias por violencia doméstica. Alrededor de 30 diarias.
En medio del caos, un intento. Una reunión de mujeres latinas, hispanohablantes, trabajadoras, activistas y decisoras públicas, emerge con el nombre de “Desayuno Violeta”. El Centro Integral de la Mujer Madre Tierra (CIM-MT) organiza este espacio para definir la raíz del problema, las demandas y las soluciones al aumento de la violencia doméstica en la comunidad.
Y es que la cifra anterior desestima una brecha de silenciamiento. La baja calidad de los servicios de interpretación bilingüe en las oficinas de protección, la escasez de personal en los departamentos policiales, y la poca capacitación de sus oficiales para entender la idiosincrasia de la comunidad, son algunas de las variables que transversalizan el aumento de las denuncias en Filadelfia. Hay un promedio de 30 mujeres en una carrera de obstáculos, tratando de salvarse, pero podrían ser más.
De hecho, trabajadores del 911 de Filadelfia declararon al canal Univisión que la escasez de personal atenta contra la atención inmediata. También señalaron que muchas personas desconocen el lugar donde se encuentran y los establecimientos circundantes.
Entender este contexto es el objetivo principal del Desayuno Violeta. Por ende, el encuentro propició el análisis del fenómeno a partir de la Identificación y ámbitos de violencia, las Barreras de Acceso a la Justicia y Mecanismos de Protección, los Factores Socioculturales que Naturalizan la Violencia, El Papel del Sistema Educativo y las Organizaciones Comunitarias, hasta la Violencia y Salud Mental y sus procesos de Reconstrucción y Resiliencia.
Entornos susceptibles a la violencia doméstica
En diálogo, las participantes resaltaron tres escenarios principales: las relaciones de pareja, los espacios de crianza y los entornos educativos.
Para ellas, las experiencias abusivas son más frecuentes en relaciones amorosas. Los noviazgos y matrimonios violentos esconden represiones de ambas partes, incapacidad para respetar, comunicarse y autorregularse emocionalmente.
ninguna de estas limitaciones surge de la nada, sino que viven guardadas en el cajón de juguetes del niño o la niña que fuimos. Están ahí, en las conversaciones con nuestro amigo imaginario mientras papá empujó a mamá cuando se enfrió la comida.Permanecen en el día que lloramos por nuestro carrito de luces roto y el profesor pidió que todos se rieran del “afeminado”, como si feminidad significara debilidad. Esconder, ocultar, no colaborar, no llorar, son algunas de las cosas que más aprenden los hombres y que hoy repiten en su vida.
La comunidad, los centros escolares y de cuidados influyen en la construcción de estos pensamientos, pero mantienen una narrativa dispar sobre el amor, el papel de la mujer, la función del hombre. No se sabe cuál es el camino si en la casa no se llora, en la escuela no se habla y a la comunidad no se le cuenta lo que pasa. Por ende, hay que conectar los discursos, objetivo que se logró en etapa avanzada del Desayuno.
Barreras de Acceso a la Justicia y Mecanismos de Protección
Las migrantes latinas emprenden una carrera de obstáculos al denunciar: la diferencia de idioma, la morosa expedición de protecciones temporales y permanentes, la pérdida de ingresos laborales el día de la diligencia y la impunidad del abusador hasta el momento sentencial.
El miedo a la deportación, el lugar de residencia, el estatus legal, el nivel adquisitivo, también frenan la disposición para denunciar. Las instituciones decisoras para estos casos deben conocer culturalmente a la comunidad para entenderla y atenderla de forma personalizada. Mientras todo esto llega, las mujeres corren peligro de un nuevo ataque, incluso de despido laboral.
Los puntos analizados anteriormente resultan de una naturalización de las violencias por falta de cuestionamiento a nuestra leyenda urbana.
¿Por qué la niña aprende a cocinar y el niño a comer? ¿Por qué la mujer provoca, pero es el hombre quien disfruta? ¿Por qué el paso siguiente al cortejo es dar una nueva vida? ¿Y por qué dar vida significa que ya no hay en la mujer tanta belleza?
Estos escenarios son asimilados con naturalidad a pesar de limitar el desarrollo de cada miembro de la pareja. Las bases del machismo dependen, entre otras cosas, del silenciamiento e incapacitación -mayormente económica- de la mujer. Sin embargo, también obliga al hombre a proveer sin importar los medios y esconder sus miedos bajo un telón falso de autoridad.
¿Por dónde empezar para cambiar esta escena?
Romper el molde para ambos ha de ser una premisa educativa. Los temas sobre violencia, roles de género, salud mental, educación financiera y sexualidad deben incluirse no solo en el currículum escolar, sino también en los talleres de capacitación al personal docente -sobre todo para mujeres víctimas de acoso laboral en las propias escuelas-, acciones de impacto público y servicios de asistencia familiar. El equipo de trabajo social de esta área puede brindar herramientas de protección a las mujeres que están en peligro, y capacitar a la comunidad para intervenir en casos de violencia.
Detectar las comunidades con mayor índice de violencia, las familias más vulnerables dentro de ellas y el impacto que causa este escenario de coacción en el aprendizaje de sus hijos podría ser la ruta para cartografiar los incidentes. Esta información puede ser compartida con las autoridades cercanas para detectar de forma temprana casos de violencia y evitarlos en mayor medida.
En tanto, la violencia no termina cuando el maltratador es juzgado. Más bien, permanece en el miedo de las víctimas por años. El proceso de recuperación implica terapias y ayudas psicológicas. Sin embargo, estos servicios no suelen estar incluidos en los seguros médicos de la comunidad y su valor es elevado.
Otro factor importante es la integración. Es necesario crear espacios para que las víctimas accedan a oportunidades de intercambio, trabajo, superación, servicios básicos. Los cuidados colaterales al hecho de violencia son esenciales para evitar su reincidencia.
La violencia de género es el resultado de una historia tenebrosa que predica: “maltratar es respeto y recibir maltrato es prueba de amor”. Nos urge detener a quienes la siguen contando.
Los Desayunos Violetas de Madre Tierra emergen como espacios seguros para hacerlo. Mujeres víctimas y sobrevivientes, profesoras, asistentes sociales, madres, solteras, casadas, amigas, amas de casa, activistas, trabajadoras, profesionales, decisoras políticas, hombres interesados en romper el ciclo machista se reúnen para interrumpir el cuento y crear una moraleja más justa.
Mientras lees esto hay aproximadamente 30 mujeres pidiendo ayuda a nuestro alrededor. Olvidaron algún parámetro de la “perfección femenina”. Detrás de ellas, un hombre lee el cuento de la violencia cual manual de usuario. Es tiempo de tomar la palabra y ponerle porqués a su oración.