Aquel hogar olvidado

¿Qué es el hogar? Seguramente encontraremos un grupo de variadas ideas de acuerdo con quién se le pregunte. Por ejemplo, si contestara un joven, seguramente lo vincularía con la idea de aquel primer hogar junto a su familia, luego con el que construirá junto a su pareja, y un tercero se relacionaría con el sitio en el que están e incluso con el lugar en el que sueñan estar.

Los jóvenes conciben el hogar como un proyecto que continuamente se actualiza, algo así como un camino que van completando a lo largo de sus vidas. ¿Qué sentirán, entonces, esos jóvenes migrantes que han tenido que dejar su sitio de nacimiento, con todo lo cotidiano y cercano que ello implica?

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Cuando pensamos en nuestro hogar, lo primero que nos viene a la mente son las personas que en él habitan y que más queremos. ¿No es así? Pero ¿y si ellos también quedaran atrás, lejanos, distantes, ausentes?

Responder la pregunta anterior en una situación de presencia y cercanía no se convertiría en un acto doloroso. No helaría la sangre, no llenaría los ojos de lágrimas, no quebraría la voz impidiendo que las palabras salieran fluidas.

¿Qué es un hogar? Me he preguntado después de tanto silencio. Se me vienen tres posibles conceptos: El hogar no es solo un bien inmobiliario, es también una forma de consolidación espiritual; un lugar que protege a los soñadores, y el hogar es una máquina para vivir; debe ser el estuche de la vida: la máquina de la felicidad.

 

Pero también es un lugar donde se espera, y no solo eso. ¿Un lugar que espera? Y si algo le falta, comienza a derrumbarse. Me asalta una duda, ¿cómo estará mi casa? Esa que me dio cobijo por tantos años, donde nacieron mis hijos, donde poco a poco crecimos todos como familia y como individuos… ¿Qué pensará mi hogar luego de tantas ausencias, de tantas lunas, de tanto vacío?

Seguro recordará el último día que allí estuvimos, nuestro miedo de estar allí y miedo por lo que venía. Emigrar es un paso muy difícil; seguro recuerda los abrazos de familia y amigos cercanos que fueron a vernos, pocos, la verdad, porque huir de tu hogar, de tu país, no es una noticia que dices a los cuatro vientos.

Creo que ella nunca entendió por qué nos íbamos, aunque vio los horrores que vivimos el día que le dispararon a nuestro hijo menor. Vio todo el terror de sentirnos intimidados, acusados por no opinar igual que la “mayoría”. Fue una decisión de valientes, motivada por lograr un sueño, el cual comenzó con una pesadilla, y donde hay que acostumbrarse de nuevo a todo, pero sobre todo a volver a vivir. ¡Es algo así como si tuvieses que morir para volver a vivir!

Passengers line up for the security checkpoint at Simon Bolivar airport in La Guaira, outside Caracas October 15, 2013. President Nicolas Maduro's government plans to use fingerprint machines at airports to try to root out no-shows who buy tickets to scam travel-related currency controls without even flying, in the latest symptom of Venezuela's economic chaos. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins (VENEZUELA - Tags: POLITICS)

Dicen que a donde vamos en familia, siempre llevaremos nuestro hogar, pero de algún modo no es así. Solo que nos conectamos con el agradecimiento de poder haber salido de ese horror y llamamos al nuevo país y a la nueva casa “Hogar” para no sentirnos tan desarraigados, tan deprimidos, tan solos. Esa nostalgia que termina atrapándome entre las paredes de una casa, que todavía le falta mucho para llegar a ser un hogar. Esa nostalgia que me atormenta de recuerdos, y que me lleva continuamente al pasado, impidiendo ver el presente, y solo soportable por la esperanza de un futuro.

Día a día haces comparaciones en todo lo que ves, y esos olores y sabores que son diferentes a estos, y que ni lo notabas, y hasta te aburrían… cómo los añoras ahora, mientras la nostalgia se va poco a poco apoderando de todo. ¡Era feliz y no lo sabía! ¡Quiero ser feliz y no sé cómo volver a serlo! Estoy segura de que nuestro hogar, allá solo, entendería nuestra huida aquel diciembre.

¿Qué sentirán, entonces, esos
jóvenes migrantes que han tenido que dejar su sitio de nacimiento, con todo lo cotidiano y
cercano que ello implica?

Hoy vuelvo a hacerme la pregunta de qué es un hogar, y el mismo dolor traspasa mi pecho. Dicen que quien sabe de dolor, todo lo sabe. Los emigrantes llegan a momentos en su vida donde ya no saben qué hacer con tanto dolor, mirándolo todos los días a la cara. Sin embargo, será ese dolor el que los enseñará a vivir de nuevo.

Un día, te das cuenta de que ya el futuro es pasado y te preguntas si lo vivido valió la pena. Los hijos de tus hijos, esos jóvenes, dirán: “Creo que mis abuelos eran de otro país”, ajenos al dolor con el que esos abuelos construyeron los cimientos para que ellos tuvieran un nuevo hogar, un futuro. Y lo que nunca se llegarán a preguntar es: ¿Lo que hicieron mis abuelos, mereció la pena? Porque la respuesta ya será muy ajena a ellos. Porque todos habrán construido su hogar, sobre las raíces de aquel hogar olvidado.

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Arianne Bracho | Directora Ejecutiva

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